En el mundo de la NBA, pocas discusiones generan tanta polémica y división como el debate sobre quién es el mejor jugador de todos los tiempos. Michael Jordan, Kareem Abdul-Jabbar, Magic Johnson, Kobe Bryant y, por supuesto, LeBron James siempre aparecen en la conversación.
Sin embargo, lo que ocurrió en 2018 encendió aún más esa eterna discusión. Durante un episodio de The Shop, el programa de entrevistas que LeBron James produce y conduce, el propio “Rey” afirmó que se consideraba el mejor jugador de todos los tiempos. La declaración la justificó recordando lo que, según él, fue el momento más grande de su carrera: la histórica remontada en las Finales de 2016.
Aquella vez, con los Cleveland Cavaliers, logró lo impensado: revertir un 3-1 en contra frente a los Golden State Warriors, quienes habían establecido un récord de 73 victorias en temporada regular. LeBron explicó que, tras ese campeonato, se sintió en la cima absoluta del baloncesto. Y aunque para muchos sus palabras fueron un reflejo de confianza y autoestima, para otros fue exactamente lo contrario: un acto de ego innecesario que iba en contra de los códigos de respeto entre las grandes leyendas.
Uno de los que no tardó en responder fue nada más y nada menos que Isiah Thomas, una de las figuras más emblemáticas de los años 80. Dos veces campeón de la NBA con los “Bad Boys” de Detroit y miembro del Salón de la Fama, Thomas —quien conoce de primera mano lo que significa competir al máximo nivel contra leyendas como Magic Johnson, Larry Bird y Michael Jordan— no dudó en dar su opinión.
En un episodio de Players Only, Thomas dejó claro que, aunque respeta profundamente la grandeza de LeBron, no compartía en lo absoluto que él mismo se autoproclamara como el mejor de la historia. Con sus propias palabras dijo:
“Todos saben que amo a LeBron, pero voy a pedir un tiempo fuera. Nunca he escuchado a Michael Jordan decir que es el mejor de todos los tiempos, ni a Kareem Abdul-Jabbar. Esa grandeza requiere humildad”.
Un mensaje directo, firme y cargado de significado. Porque si alguien entiende de lo que habla, ese es Isiah Thomas: testigo y protagonista de una era donde las rivalidades eran feroces y donde los grandes no necesitaban declararse a sí mismos como tales. Eran los demás, los rivales y los fanáticos quienes los colocaban en la cima.
Pero Thomas no se quedó allí. Fue más lejos y afirmó que, si él estuviera jugando actualmente y escuchara a alguien proclamarse como el más grande de todos los tiempos, tomaría eso como una ofensa personal:
“Si yo estuviera en la liga y alguien dijera que es el más grande de todos los tiempos, me prepararía para ir a por él. Para mí, eso es una falta de respeto hacia tus competidores”.
Estas palabras reflejan la mentalidad de los “Bad Boys”: duros, competitivos, sin miedo de enfrentarse a nadie. No olvidemos que Thomas lideró a Detroit a títulos consecutivos en 1989 y 1990, superando equipos históricos como los Celtics de Bird, los Lakers de Magic, los Bulls de Jordan y los Blazers de Clyde Drexler. Su legado está basado en la lucha constante contra gigantes y en nunca dar nada por sentado.
Aquí aparece el gran contraste con LeBron James. Su legado está marcado por múltiples momentos históricos, pero ninguno tan emblemático como las Finales de 2016. En esa serie, LeBron promedió casi un triple-doble con 29.7 puntos, 11.3 rebotes y 8.9 asistencias por partido, además de protagonizar la jugada más icónica de su carrera: el famoso tapón a Andre Iguodala en el Juego 7. Ese campeonato lo consolidó como uno de los más grandes de la historia, pero para figuras como Thomas, la grandeza debe validarse con humildad y no con declaraciones propias.
Si comparamos, vemos un patrón interesante. Michael Jordan, con seis títulos, seis MVP de Finales y cinco MVP de temporada, nunca se llamó a sí mismo el mejor. Kareem Abdul-Jabbar, con seis campeonatos, seis MVP de temporada y el récord histórico de puntos al retirarse, tampoco lo hizo. Para ellos, y para muchos de esa generación, la verdadera grandeza es reconocida por los demás, no autoproclamada.
Lo cierto es que el debate sobre el GOAT nunca tendrá un cierre definitivo. Cada generación tiene a su referente y cada fanático defiende con pasión a su ídolo. Jordan representa la perfección competitiva, Kareem la consistencia absoluta y LeBron la versatilidad y longevidad como nadie más en la historia.
Quizá, como dijo Isiah Thomas, la clave no sea quién se proclame a sí mismo como el mejor, sino cómo la historia y los demás jugadores terminan reconociéndolo. Al final, esa es la verdadera esencia de la NBA: un legado que trasciende épocas y que mantiene viva la conversación temporada tras temporada.
